por Odda Schumann
Quién podría decir que el peine del caballero podría cambiar la vida de cualquier achalecado de pipa nogal. Porque cuando Reimundo (que se cambió el nombre para hablar por todo el pueblo, esa parcela a lo chorizo en que todavía se batían a tiros ciertos dementes pasadas las doce) consiguió que volvieran a legalizar eso le costó un ojo de la cara.
Y quedó sin parche porque el Alcalde, que le arrancó el ojo con el dedo pulgar, lo obligó a que todos supieran que nadie se mete con él. Pero el tuerto de Reimundo lo consiguió luego de una pelea mano a mano (para esa época aún no tenía arma). El Alcalde se rió ese día y la semana siguiente cuando luego de aprobar el primer tiroteo Reimundo cayó seco al piso con tres tiros en el pecho.
Cuando paró de temblarle el cuerpo por la risa, el alcalde se acercó y lo peinó. Con el tiempo, el peine se volvió una leyenda. Las viejas decían que cuando veías el peine ya no volverías a amanecer jamás. El alcalde vivió para convertir al peine en el instrumento de tortura por excelencia. En el pueblo circulaban algunas réplicas, pero el verdadero todavía tenía sangre seca y el mango opaco.
Un día apareció el hijo de Reimundo. Alguien lo reconoció en la calle y él confesó. Cualquiera podría notar que eran iguales. Pero Reimundo Jr. estaba ligeramente avergonzado de su apellido, por lo que decidió ir a buscar al alcalde, quien había ridiculizado a toda la familia, romper la vitrina donde estaba el peine y amenazarlo como si el peine tuviera poderes propios.
Reimundo Jr. le hablaba al alcalde y al peine y al alcalde y al peine, y cuando juntó a los dos el alcalde no dijo nada porque ya tenía atravesado el peine en la garganta. Y Reimundo Jr., que tenía piernas de gigante, le dio una patada al alcalde que colgó donde el peine y salió por la puerta de adelante. Sin seguridad, sin problemas, sin nadie que lo molestara. El peine había sido descolgado, Reimundo desapareció y nunca más se volvió a hablar del tema.
(*): www.paramatalapoesia.com